viernes, 29 de marzo de 2013

XV. Pasión de Gavilanes, un poroto II.


En el preciso momento en que Mariano se subió a la camioneta, supe que sería un día de lo más divertido. Sobre todo para mí, porque iba a tener a mis dos chongazos luchando por quién ayudaba más.

Y no me equivoqué demasiado eh. Cuando llegamos, y Mariano me acompañó a abrir el departamento, me encontré con que había conseguido para mí una cocina, una cama y una mesa con 2 sillas.
Me sorprendí, no lo voy a negar, pero sigo pensando que este chico es demasiado. Bueno, al menos demasiado para mí.

Después de bajar las cajas, esperé que los dos se fueran. Pero al parecer, ninguno de los dos parecía sentir que sobraba. Así que, incómodamente, se me ocurrió sacar el calorito (no sé si conocen lo que es, pero sirve para calentar agua, eléctricamente, dentro de un recipiente, que en este caso sería el termo) y ofrecer unos mates para romper el hielo. Porque hasta ese momento yo hablaba con Mariano y con Nicolás, pero entre ellos sólo se miraban.

-Pensar que yo vine para ayudarte y tenés todo hecho…- tiró Nico.

Yo quise que la tierra me tragara, porque la manera de romper el hielo de Nicolás, había sido totalmente desubicada. Y estaba planteando que Mariano estaba de más. En realidad, planteaba bien, sólo que él TAMBIÉN estaba de más.

Después de unos mates, Mariano dijo que tenía hambre y que POR FIN, me quería dejar “sola”. (Lo más chistoso, es que hizo las comillas con los dedos, creo que sin darse cuenta) Y Nicolás acotó que no me quedaba sola, porque había visto que lo más correcto, en mi primera noche, era que él se quedara conmigo.

IDIOTA. Correcto para vos, no para mí. Yo quería pasar mi primera noche sola en Haedo, inútil.

Se despidió de Nicolás y salimos al palier. En ese momento incómodo en que sólo dije “gracias por todo”, Mariano atinó a darme un beso.

Paremos las rotativas. Sin dudas, esto comenzaba a ponerse raro. Y Marian debía entender, de alguna manera, que un gracias, no se responde con un beso.

#EstásAlHornoMarian

lunes, 25 de marzo de 2013

XIV. Pasión de Gavilanes, un poroto I


Son casi las siete de la mañana y me hice un ratito para contarles, porque los tenía súper abandonados. Y entre nos, los estaba extrañando.

Como les había adelantado, conseguí que Nicolás trasladara mi equipaje y mi perra hacia mi nuevo lugar. 

Apenas tuvo un blanquito para llevarme, cargué las cajas, a Lola y me fui.

Mientras más rápidas fueran las despedidas, mejor. No quería irme mal o triste…

Como Nicolás me conoce bastante bien, supo que no iba a despedirme de nadie, y la llamó a Candela, para “organizar una despedida casual” en la Terminal. Cuando él pasó a buscar las encomiendas que llevaba como parte de su trabajo, Candela estaba ahí, con mi sobrino más pequeñito.
Supongo que me habrá deseado buen viaje y me habrá pedido que le avise cuando llegue, como hace con cada uno de mis viajes. Pero lo que más recuerdo, como cada vez que me voy, fue su abrazo. Esos que se graban como tinta indeleble.

Subimos a la camioneta y enseguida puso música. Acto seguido preparé el mate y me dispuse a lo que, suponía, iba a ser un infierno.

Bueno, no me equivoqué mucho. A los diez minutos, empezó a hacerme preguntas incómodas y a recordar anécdotas de aquellos viajes que hacíamos los fines de semana, cuando éramos esos amantes adolescentes, escapándose de sus realidades para vivir esa pasión (ponéle) incontrolable.

Paramos unas dos veces así Lola podía hacer pis y nosotros recargar el termo. Y hacer pis también. Encima, yo le era totalmente inútil, porque no sé manejar, por lo que ni siquiera podía ofrecerle un recambio.

El paisaje cada tanto repetitivo, la música que ya me sonaba a ruido ambiente y mis piernas, que no sabía dónde ponerlas, me mostraban que esta aventura recién estaba comenzando. Un poco accidentada, pero comenzando al fin.

Después de, al menos, cuarenta minutos de siesta en medio, y que Nicolás intentara, sin suerte, un acercamiento no demasiado romántico en la última de las paradas, llegamos a Retiro.
Nico se predispuso a bajar las cajas y yo me bajé, con Lola, no sólo a estirar las piernas, sino a controlar que ninguna de mis cajas fuera para un destino incierto.

-Bueno, ahora es la parte en que vos me guiás o prendemos el GPS…-
-GPS. Sin dudas.- le respondí.

Teníamos que pasar por la inmobiliaria, yo me bajaría a buscar las llaves y seguir camino hacia el departamento. Bajaríamos las cosas y bueno, listo.

Eran las tres de la tarde. Yo había hablado con Mariano y quedó en esperarme, a pesar de que ya estaban cerrados.

Cuando agarramos la General Paz, era un caos. En realidad, pensé que un domingo a las tres de la tarde no habría tanto lío, pero por lo visto aún no había adquirido el pensamiento porteño. Tardamos aproximadamente hora y media en llegar.

Estacionamos en la inmobiliaria y me bajé. Mientras esperaba que Mariano abriera, prendí un cigarrillo y me dispuse a esperar. Allí estaba él, esperándome en la camioneta, esperanzado de que esta “ayuda” le diera una oportunidad conmigo. Y adentro estaba él, esperándome para darme las llaves que me abrieran paso a la nueva aventura.

-Pensé que no volvías…-dijo Mariano.
-Acá estoy…¿cómo andás Marian?- le dije, abrazándolo.

Nico escuchaba atento desde la camioneta cada palabra, observaba cada gesto. Podía sentir su mirada sobre mi espalda.

-Acá están las llaves…pero creo que podrías necesitar ayuda, así que me puse las zapatillas y pedí el día…- dijo, al tiempo que me dedicaba una de sus sonrisas matadoras.
-Pero no…no es necesario…tampoco traigo tanto eh!-

Ni esperó que le contestara, que se acercó a la camioneta y se subió en la cabina de atrás, con Lola. Yo apagué mi cigarrillo y, ante la mirada asesina de Nicolás, me subí al asiento del acompañante y deseé que la tierra me tragara, muy lentamente.



#CarolaImánDeQuilombos

viernes, 22 de marzo de 2013

XIII. Santa Fue.


“Carola Fernández, una muchacha común y corriente, que aún sigue buscando su lugar en el mundo y que cree poder encontrarlo en Haedo”. Ese sería un lindo slogan para resumir en pocas palabras la realidad de esta aventura, ¿no?.

Cuando arranqué a planificar lo que me iba a llevar en la mudanza, comprendí la cantidad de pelotudeces que albergaba en mi casa. Y además, cuando empecé a armar las cajas con cada cosa que me quería llevar, me detenía en recordar un poco cuándo lo había adquirido y demás. Como por ejemplo mi delantal de cocina favorito, que aún recuerdo que lo elegí entre unos cuantos sólo porque tenía ese alma de abuela impregnado en su tela.

Al cabo de unas cuantas horas, perdí la cuenta de la cantidad de cajas que tenía. Unas 10 al menos, la mochila y una mochilita más pequeña para llevar conmigo en el colectivo.

Cuando más o menos tenía todo encaminado, me dirigí a la Terminal. Como principal objetivo era que me informen a dónde me podía meter las 10 cajas de equipaje. Y, claramente, no valía como respuesta “en el culo”.
Me bajé del colectivo con los auriculares puestos y caminé esas cuadras que me separaban de la Terminal. Ese lugar conocido que siempre que lo piso me traslada a la cantidad de viajes que partieron de estas paredes.

Iba llegando a la esquina, cuando siento que me sacan los auriculares. Yo me quedé quieta, inmutable, pensando en el mejor ataque. Mi cuerpo reaccionó sólo con un codazo que, según calculaba, le iba a dar a la boca del estómago del atacante.

-C…C…Cari…- escuché entrecortado.

Cuando me di vuelta, allí estaba Nicolás. Doblado y con un gesto de dolor enorme.

-¡Sos un boludo! ¿En la capital de la inseguridad, a vos se te ocurre sacarme los auriculares para sorprenderme?-

Pobre, estaba todo dolorido y yo lo estaba cagando a pedos.

-Perdón Car, venías muy abstraída caminando…y si te llamaba, no me ibas a escuchar…-
-Sí, tenés razón. Empecemos de nuevo. ¡Hola Nico!- le dije, dándole un beso.
-Hola Cari, ¿cómo estás?- dijo haciéndome un poco de burla, y con su brazo izquierdo sosteniendo su boca del estómago.
-Bien che. Iba a la Terminal… ¿vos?-
-También. ¡Qué linda coincidencia! ¿Ya te mudás?- dijo emprendiendo la caminata.
-En realidad, vengo a averiguar cómo es el tema del equipaje…cuánto te dejan llevar y ver si ya puedo sacar el pasaje…-
-Yo vengo a buscar unas encomiendas para llevar… ¡Ah, no te conté! Tengo un nuevo currito… Llevo encomiendas a Buenos Aires.-
-Ah, bueno. Mejor para mí entonces… ¿No tenés lugar para unas diez cajitas y una perra medio batata medio pichicho?-
-¡Sí Car! Para vos siempre hay lugar…- dijo melosamente.

Paremos las rotativas. Faltaba que yo me haga caja para que me lleve. Pero si le decía que sí, era muy probable que me cobre en especie, ¿no? Bueno, en fin, había encontrado quien lleve mis petates y mi perra a Haedo. ¿Qué más me importaba?

-¡Uy, qué bueno! Lo que sí, después decime cuánto es y cuándo podrías llevarlas…-
-Cuando vos quieras. Y te venís conmigo y me cebás unos mates como cuando nos íbamos los fines de semana a Rosario, ¿dale?-


Qué lindo recordar viejos tiempos, ¿no? (Risa irónica, se rasca la cabeza y piensa profundo. Se pega un tiro. Fin de la escena)


#SantaFue

XII. La doctora -y salvadora- Ferchi.


Lo que más me preocupaba de mudarme, era dejar mi departamento en buenas manos. Y ahí es cuando aparece la figura de Ferchi, una compañera-amiga de la secundaria, en primerísimo primer plano.

La verdad que durante la secundaria -para mí, la peor etapa de mi vida en cuanto a lo emocional- no fue la más más amiga, sino que era una compañera del curso con la que nos llevábamos bien, hablábamos en algunas horas libres, intercambiábamos apuntes de vez en cuando, y no mucho más que eso.
Pero cuando terminó la secundaria y empecé a estudiar Letras, me la crucé en mi primer día de Facultad. Y bueno, de ahí en más, empezamos a vernos bastante más seguido y, hasta nos juntábamos a preparar los exámenes.

Las dos nos sentimos infelices estudiando Letras y ella decidió estudiar Medicina, al tiempo que yo surfeaba otras opciones, dignas de terapia.

En fin, Fernanda estaba en su último año de Medicina, mientras yo aún buscaba mi lugar en el mundo, pero bueno.

Puse la pava en el fuego y, mientras preparaba el mate, tomé el celular y, sin pensarlo, llamé a Ferchi. 

Hablamos bastante. Su idea es mudarse cuanto antes, así que eso me puso un plazo a mí también.

-Cuanto antes, mejor Caro…así me acomodo mejor, ahora que no estoy con tanto laburo en el hospital-
-Bueno, qué te parece si arreglamos para vernos, de paso tomamos unos matecitos y charlamos sobre el tema…-
-Dale, te parece hoy? Justo me cambiaron la guardia, así que hoy tengo el día libre…-
-Genial. Te espero en un rato, dale?-

Las distancias en Santa Fe no son extremadamente lejanas, por lo que “en un rato” eran cuarenta y cinco minutos, una hora como mucho.

Acomodé un poco la casa -que tampoco era tanto, porque Toi se había quedado el finde acá y no tenía tanto quilombo- y enganché una vieja novela en la tele, mientras hacía tiempo que Ferchi llegara con todo su buen humor y su alegría.

-No sabés cómo estoy…después de tantos planes, nos fuimos a vivir juntos y así me pagó el muy idiota…-


Bueno, justamente hoy no estaba de tanto buen humor ni muy alegre.


-Por eso me quiero mudar lo antes posible…porque estoy durmiendo en el living de mi vieja, en el sillón. Imagináte con el humor que voy a la residencia, ¿no? - dijo prendiendo un cigarrillo y devolviéndome el mate.


“La oportunidad hace al ladrón” reza el viejo dicho, así que ésta era mi oportunidad perfecta para solucionar dos cosas de un tirón: que Ferchi estuviera bien y que mi departamento quedara en buenas manos.

-¿Te parece que la semana entrante te mudes?-
-Ay, sí Caro! Después me pasás el número de tu cuenta y yo te deposito ahí la plata… Y, ¿ya sabés dónde vas a vivir allá?-
-Sí Ferchi, eso lo arreglamos en la semana. Y sí, tengo un chongazo que me está por alquilar un monoambiente allá, que no sabés lo que es…-

Bueno, ahora empezaba la parte más linda de planificar y la más compleja. Así que ya les voy pidiendo perdón si me cuelgo un poco con contarles las cositas que van surgiendo, pero prometo que me hago un blanquito y les voy contando igual…

Apenas se fue Ferchi, empecé a hacer la famosa listita de los neuróticos, con el paso por paso y la cantidad de cosas a solucionar antes de sacar el pasaje y acordar horario de llegada, para recibir las llaves del departamento.
Y acá me encuentran, relatando mi día y haciendo algunas cosas en la pc, así me voy organizando de a poquito.



#QuéTieneQueLlevarCarola?

jueves, 21 de marzo de 2013

XI. Placeres de la vida, mi hermana y los mates.


Cuando volvía del supermercado -que era absolutamente necesario, porque en la alacena sólo había polenta y maíz pisingallo-, me la crucé a Natacha. Les conté que Natacha era mi amiga abogada que se estaba encargando de mi tema laboral, no?

Bueno, cuestión. Entre otras novedades más terrenales, también me comentó que mi jefa se había notificado sobre la renuncia y quedó en pagarme los días trabajados de este mes, junto con la liquidación del mes anterior. Le ordené que fuera ella quien se encargara de eso, así no le veía ni la cara a la muchacha. Yo estaba que saltaba en una pata, imaginen.

Al volver a casa, acordé unos mates con Candela (entre nos, la extrañaba mucho) para contarle sobre el viaje, las decisiones y demás deudos.
Me puse a cocinar y recordé lo mucho que me gustaba cocinar. En sí, es una boludez para muchos de ustedes, pero para mí, que amo el arte de la cocina y lo asocio con un acto de amor, redescubrir lo que amo, es importantísimo. Me auto-mimé un rato e hice tallarines al pesto, que es mi comida favorita. Y me senté a disfrutarla como niñita con algodón de azúcar.


En tanto pasó un poco la siesta, me fui involucrando poco a poco a los quehaceres diarios otra vez. Limpié un poco y preparé los mates, porque Cande estaba por llegar.

Apenas abrí la puerta, Candela me invadió con un abrazo de esos que extrañaba horrores. Y me remití a una anécdota de mi pre-adolescencia. Cuando Candela se iba a casar con Pedro, llegó a casa y dándome un abrazo enorme, me dijo “mani, tengo algo que contarte. Me caso.” Nosotras nos llevamos bastante tiempo de diferencia, unos 10 años, así que para mí fue una situación hermosa y triste a la vez, pero lo que más recuerdo de ese día fue el abrazo de felicidad y de complicidad, de poder compartir algo tan importante para ella con su porotita.

En fin. Después del abrazo enorme, subimos y se sentó. Poniendo sus manos sobre la mesa, a modo imperativo, dijo “Me contás TODO, ya.”.

-Conocí un chabón que no sabés lo que es… Me llevó a recorrer Haedo, me prestó el departamento y encima, toma mate como yo y fuma Marlboro…-
-Uf. Te enamoraste.-
-No, no. Es inestablemente necesaria esta…cómo llamarla? “Relación”-
-Pará. ¿Y no te pidió nada a cambio?- preguntó pícara.
-No, eso es lo peor. Me dijo “si te mudás a Haedo, lo vemos…”. Y yo entré en pánico, mani. Se me pasaron mil historias por la cabeza…-
-Me parece que el pago viene en especie che… Bueno, y contáme, ¿cómo llegaste? ¿Qué te pareció el departamento? ¿Sensaciones?-
-Es re loco, pero me sentí como en casa…los lugares allá son todos lindos, no hay un lugar que digas “esto es horrible”. Si vas, te enamorás, como te dije… Haedo tiene ese…no sé qué, que me enamora…hasta los árboles son distintos allá…-dije, intercambiando un mate.
-Miráte como te brillan los ojitos cuando hablás de Haedo…Ya te siento allá. ¿Cuándo te mudás?-



#AnsiedadDeHermana


martes, 19 de marzo de 2013

X. Volviendo, volver o volveré II


Cuando Tomás se fue, pensé en terminarles de contar todo esto. Bien, empecemos por el principio.

Ayer subí en Retiro con miles de sensaciones encontradas. Entre que casi pierdo el colectivo -y lo tuve que correr al grito de “¡Tengo un velorio, por favor, necesito llegar a Santa Fe!”- y lo que me había costado dejar Haedo, cuando por fin estaba sentada y acomodada en el micro, abrí mi libro -el que me había acompañado todo el viaje- y eliminé unas pequeñas lagrimitas. No quiero decir “lloré a mares”, porque sería una exageración, pero…”lloré una laguna”. Necesitaba descargar tensiones por algún lado, supongo.

“Cuando hagas una elección, olvida las otras alternativas. Quien sigue un camino y se queda pensando en lo que perdió al dejar los otros, no llegará a ninguna parte”…rezaba mi libro. Y yo lloraba con más fuerza…


No sé si les conté, pero cuando Candela me regaló este libro yo estaba en una etapa de mi vida complicada…digamos que había dejado de creer en la vida, en el amor, en las cosas básicamente. Y Cande viajó por trabajo y me trajo de regalo este libro…


Una ternura total, no? Bueno, así es mi hermana.

Bueno, volviendo al punto. La primera parte de mi aventura había llegado a su fin. Y yo tenía que empezar a decidir, a elegir qué camino era el mejor.



-Ya está, lo reservé- le dije a Tomás.
-¿Y qué vas a hacer con éste departamento, gorda?-
-Fernanda me ofreció alquilarlo…sabés?-
-¿Ferchi? Mirá vos. ¡Qué bueno!-
-Sí, bueno. Me va a depositar el alquiler para que yo pueda alquilar allá y bueno…todo se va dando de a poco…- dije con un dejo de nostalgia.
-Cuando las cosas son así, entonces estás en el camino correcto…- dijo Toi, cebándose un mate.




IX. Volviendo, volver o volveré I


Después de la despedida con Mariano, esas que no sabés qué hacer. Si chantarle un beso, si abrazarlo, si dejarle tu dirección o qué, busqué rapidito la boletería y, como estábamos sobre la hora, me dijeron que vaya directo, que el chofer me vendía el pasaje “en viaje”.

En el preciso momento en que bajé en la Terminal, mi mundo se dio vuelta.

Como dice “Pilchas Gauchas”, me sentía “extranjero en mi lugar”. O como esa gente que se muda, y que siente que tiene una familia en cada pueblo, en cada punto en que dejó algo suyo.
Y sí, me dirán extremista, pero sé que desde el mismo momento en que pisé Haedo, había dejado un pedacito de mi alma en sus calles.

Me bajé del colectivo que me llevó a mi casa y busqué la llave en mi mochila. Ahí encontré el boleto del tren que me había tomado desde Retiro y me dio un poquititito de nostalgia. Bue, eso no es raro, siempre que viajo me pasa.

Cuando subí la escalera y entré, Lola me recibió agitando su cola y saltando para que la acariciara. Cada vez que me voy me recibe como si a veces esperara que nunca vuelva. Y a veces pienso que ella siente que nunca me habría ido. Bueno, se siente tan bien que alguien te espere así…

En fin, allí también estaba Toi, durmiendo, pero estaba. Y la casa de punta en blanco, como la solía encontrar cuando Tomás se quedaba a cargo.
Si mal no recordaba, el whatsapp que me había mandado Toi para avisarme que se iba a dormir, era a las 8.35am, así que, mirando mi celular me dije “ya durmió mucho, preparo unos mates y lo despierto”.

Dejé mi mochila en el living, puse la pava y me senté a escribirles mi viaje de hace un rato. Y ahora, cuando empiezo a recordar más detalles de los que describí, me siento taaaaan bien. Y feliz de sentir que estoy haciendo lo correcto.

Antes que el agua estuviera para el mate, Tomás se levantó al baño y me vio sentadita acá en la cocina. Así que voy a dedicarle un rato y después les escribo, sí? Pero quédense ahí eh…

viernes, 15 de marzo de 2013

VIII. Desde cómo encarar una nueva conversación hasta cómo está la vida.


Situación: Puerta del restaurante. Ext., Día. Silencio incómodo, Speech empezado.

Mi mente estructurada no iba a permitirse faltar a los objetivos de este viaje. Por lo tanto, dejé que la cuestión de la vergonzosa presentación y posterior almuerzo con Mariano se enfriara un poco, porque mi cabeza alegó insuficiencia de pruebas mentales para sostener una conversación.

-¿Te parece si voy a buscar mi mochila y me voy a dar unas vueltas? Digo...así busco lugar para quedarme esta noche-
-Pará, y si buscamos las llaves del departamento y te quedás ahí?-
-No, Marian, no... Podés perder tu laburo boludo...-
-No, no...yo no te conté... Mi viejo es dueño de la inmobiliaria...y de esos departamentos...así que puedo hacer algunos favores digamos...-
-Igual, no me parece Mariano...no sé si da...-
-Escuchá. Date unas vueltas, seguí conociendo Haedo y me llamás más tarde para buscar la mochila...-

Ante mi mirada aún no convencida totalmente, atinó decir la maravillosa frase "Te dejo libre un rato y después vemos..."

Paren las rotativas. ¿"Te dejo libre un rato y después vemos?" ¿Quién sos? ¿Un guardia cárceles que me deja libre por unas horas y después me vuelve a encerrar? Olvídalo chiquito.

Aún confundida y un poco aturdida, decidí saludarlo y volver a caminar por Haedo con un par de mates como compañía. Ya les conté que Tomás me había hecho una listita a modo de mapa, con puntos para visitar y conocer. Si esa iba a ser mi nueva tierra, no podía dejar de conocerla.

El centro de Haedo me daba tranquilidad, no me pregunten por qué. Digamos que en comparación a la locura que se vive en la Peatonal de Santa Fe, esto no sólo que era más tranquilo, sino mucho menos propenso a puteadas. Porque cuando la gente camina lento, mirando vidrieras, hueveando -a mi entender-, yo puteo mucho. Y esto, acá en Haedo, no pasa.

Cuando llegué a la plaza, me senté. Miré los árboles, sentí el aroma que me daba seguridad. Traté de memorizar todos los detalles posibles para poder contar con exactitud cada paso. A ustedes, claro, que me acompañan en esta mini-aventura.


Aunque, como siempre, sentí que debía compartirlo con Cande. Así que la llamé, sin pensar demasiado, ni mirar la hora.
-Si venís a Haedo te enamorás, mana. No sabés la tranquilidad que me da este lugar…-
-¡Qué bueno escucharte así, mani! ¿Cuándo volvés así te voy a buscar?-
-Esta noche la paso acá, pero mañana a primera hora tengo micro de regreso…-
-Genial. Mantenéte en contacto eh.-

Acto seguido, me cebé un mate y lo disfruté como si fuera el último. Ahí nomás lo llamé a Mariano para que me acerque la mochila.
Después de unos cuantos mates más, lo vi llegar por Chacabuco. Allí venía Marianito cargando mi mochila y con un termo en la mano. Ya no estaba de traje, ya estaba de hombre común y corriente. Y a pesar de que notaba una cierta molestia, porque la mochila lucía pesada -y yo la había cargado, por lo tanto daba testimonio- tenía una sonrisa amplia, sincera.

-Sabía que ibas a querer más agua caliente, así que aproveché y te traje más…- dijo dejando la mochila en el banco.
-Ay, gracias. De verdad que me sorprende tanta amabilidad…me saldrá muy caro?-
-Sí (pausa incómoda) Unos mates con bizcochitos…- y sonrió aún más grande. En el fondo me preocupaba lo picarón que sonaba, pero bueno, ya estaba en el baile. Y una Fernández jamás da un paso hacia atrás, sólo si es para tomar envión.
-¿Pensaste lo de pasar la noche en tu departamento?-
-Sí, la verdad que me sigue sin parecer una buena idea, pero no tengo ni ganas de salir a buscar un hostel a esta hora…quiero disfrutar Haedo un rato más…-
-¿Querés disfrutar? Bueno, tengo un lugar para llevarte…te va a gustar…después te llevo al departamento, dale?-

Cargué mi mochila, casi adolorida, pensando en caminar eternamente por las calles de este lugar que me había enamorado desde que puse un pie en él. Pero Mariano me sorprendió con un autito. Así que cargamos la mochila en el baúl -me pregunté por qué la había bajado si la íbamos a volver a subir, pero entendí que gracias a todos los santos, soy impredecible, y que jamás pensó que iba a aceptar lo del departamento-; y mate de por medio, nos dirigimos hacia algún lugar que Marian me quería mostrar.

Curva y centro de Haedo

Luego pegamos un par de vueltitas más, pasando por adelante del Chalet fresco -que con más paciencia luego voy a averiguar por qué se llama así y cuál es su historia-, me llevó a la estación y vimos las antiguas casas ferroviarias y demás. Haedo es muy ferroviario, me hace acordar a mi abuelo materno que trabajaba en el ferrocarril en Santa. 



Chalet Fresco y Barrio ferroviario

Bueno, poco a poco fue atardeciendo, por lo tanto, se acercaba la hora de mi “primera noche en Haedo”. No tenía hambre, así que le pedí a Mariano que directamente me llevara al departamento. Habían sido muchas las emociones y quería abrir mi bolsita de dormir y descansar hasta la primera hora.

-Bueno, mirá, hay una chica que se está mudando en este otro departamento…- dijo señalando la puerta de al lado, mientras abría otra vez la puerta del monoambiente.
-Genial, si me quedo sin agua, le pido…-
-¿Vos vivís a base de mate, no?-
-Y de sueños…- dije pensativa -Pero como los sueños no se pueden tomar, tomo mate…-expliqué entre risas.
-No hay nada acá, así que te traje unas velas por las dudas…en la esquina tenés un kiosco por si te quedás sin puchos y en tu celular tenés mi número por si necesitás algo…-dijo dándome un beso.
-Muchas gracias Marian, en serio.-
-Ah, y mañana paso a buscar la llave, tipo 7, te parece? Y te llevo a Retiro…así no andás tan cargada en el tren…-

Para mis adentros pensaba que este chico me iba a cobrar al mil por uno -y en especie-, así que le pregunté.

-¿Cuánto me va a salir todo esto?-
-Si decidís mudarte a Haedo, lo vemos…-dijo agitando su mano y saludando.

Y ahí me había quedado solita, mi soledad y yo. Recorriendo mentalmente todo mi día, todos mis planes y escribiendo para ustedes, que son mi compañía acá en Haedo.

Y así me despido con un pedacito del libro que me traje para acompañarme en esta aventura:

“…Poco a poco, la ansiedad va cediendo lugar a la contemplación y empiezo a escuchar a mi alma, Estaba loca por conversar conmigo, pero yo vivo ocupado.
No estoy haciendo nada y estoy haciendo lo más importante de la vida de un hombre; estoy escuchando lo que necesitaba oír de mí mismo”
(Paulo Coelho, Como el río que fluye, Palabras Esenciales II)




miércoles, 13 de marzo de 2013

VII. Almorzando con Carola Fernández.


Cuando hablé por primera vez con Mariano, logré tranquilizarme y decirme “puta, no estoy tan sola en Haedo”. Y me prometí no caer en el jueguito básico del ser humano. Así que sólo acepté el almuerzo compartido y valoré la compañía.

En otro momento de mi vida, tal vez la preparación del almuerzo no sólo hubiera corrido por mi cuenta con un menú particular, si no, también la preparación física hubiera sido distinta. Planchita, ropa linda, un delantal nuevo tal vez.

Pero no. Esta vez estaba por comer en un restaurant locamente alejado de mi casa, y con alguien que había conocido a la mañana -léase que no suelo ser tan rápida para conciliar una cita, usualmente-.
En otro momento, hubiera evaluado más las posibilidades. Hubiera planificado las cosas como mi mente neurótica me lo ordenara.
Cuando llegamos al restaurante, la primera mirada fue una aventura. La segunda mirada, fue concretar la idea de que estaba completamente loca.


Cuando salimos del restaurant, quiero que imaginen todo lo que pasó por mi cabeza, y las diversas expresiones en mi cara. No sabía lo que íbamos a hacer, ni lo que quería decir. En sí, no sabía absolutamente nada.
-Bueno, muchas gracias por todo…- se me ocurrió como única salida posible al incómodo silencio que se había generado al traspasar la puerta.
-Nada que agradecer! La pasé muy bien – dijo él, autoconvenciéndose que ese almuerzo había sido maravilloso.


Pero lo que en realidad había sucedido, sin demasiada introducción, es que atrás nuestro, al mismo restaurante y a la misma hora, entró su ex novia con su nuevo novio, a los arrumacos y de la mano. Lo que hizo que su cara se desfigurara como la de Scream.

(Banda de sonido apropiada para leer: Almorzando con Mirtha Legrand)


-Mi e…e…ex…- balbuceó.
-Ooookey- Si había algo que faltara en la situación de foto ridícula y muy muy muy MUY bizarra, era que nos juntáramos los cuatro eh.

Después de elegir la mesa, muy perfectamente ubicada en la otra esquina del salón, le pregunté a Mariano todo lo que era necesario saber sobre su ex –motivos de separación, tiempo transcurrido juntos, tiempo transcurrido de separación, embarazos no deseados y deseados, proyectos compartidos y si era de Haedo, claramente-, sin que se diera cuenta de que me gustaba, claro. Él, no su ex novia.

-Ay, perdón Caro, perdón.-
-Perdón por qué?-
-No sé, un garrón esto…-

No terminó de decir esa maravillosa frase, que la ex novia estaba parada junto a nuestra mesa, observándonos. Yo con la cara de boliguaya extraditada que tenía, podríamos haber subido a Machu Pichu que nadie se enteraba si era una llama o un pibe o un ovni.
De todas maneras, tratamos de salir airosas de la situación. Así que, aprovechando que la muchacha estaba ahí, paradita como potus, observándome con pelos y señales, decidí entablar una conversación “amistosa”, pero no tanto, por las dudas quisiera que compartamos la mesa. Y transformar esto en un verdadero garrón.

-Hola. ¿Te pedimos a vos lo que vamos a comer?- le dije a tono de chiste.
-No no, Caro. Ella es…- soltó al aire Mariano, sin poder mirarme a la cara.
-…la ex.- completó la muy pelotuda. - ¿Vos sos la actual?-
-No no, Elisa. Ella es…- Al parecer Mariano se había contagiado de la pelotudez y no podía soltar otra frase que fuera “ella es”.
-Soy Carola. Mucho gusto.- completé.
-Ah. Me alegro de conocerte. Sabés qué? Al principio es perfecto, te lleva a cenar, te cocina y te endulza el oído, te hace mil cosas en la cama. Pero cuando te plantee que quiere una relación free después de 4 años de noviazgo, hablamos.- dijo, dándose la vuelta, completamente enajenada, y llevándose por delante una mesita con aceiteras y vinagreras. Y por supuesto, resbalándose y cayendo sobre.

Yo hice un plano general a la escena y concluí en que era MUY bizarra. La ex despechada que me “alerta” sobre el que todavía no es nada mío. Y, encima, termina tirada en el piso con aceite y vinagre, cual ensalada de Barrio Chino. Y Mariano completamente violeta de la vergüenza. En realidad no sabía esto era por la escena o por lo que había dicho Elisa.

Juro que en ese momento sólo quería salir de ahí. Y si era posible, camuflada como Greta Garbo.

El mozo ayudó a Elisa -quien se levantó muy enojada y salió impulsada como cohete hacia la calle. Por el bochorno, supongo.-, limpió el piso y luego nos tomó el pedido. Sinceramente, se me había pasado el hambre, así que sólo pedí una ensalada.
Mariano, que no sabía cómo entablar una conversación seria después de la situación que se había generado antes, encontró en la comida un punto especial de atención.

-Qué tal está?- dijo señalando la ensalada de zanahoria, tomate y huevo que había en mi plato.
-Rica, muy rica.-

La verdad que esto era totalmente irremontable. Así que decidí ponerme los pantalones de la situación y tratar de terminar lo más rápido posible de comer, para levantarme, agradecer e irme.

-Che, Marian…esto es irremontable. ¿Por qué no nos vamos? Además, yo tengo que buscar lugar para quedarme esta noche, y…- Si había algo que me caracterizaba era el ser sincera. Y no le iba a disfrazar la situación, si realmente era irremontable.
-Sí, es un desastre. Perdonáme. Yo no quería que pases por esto…-
-No, tranquilo. No te preocupes. No es algo que me pasa todos los días, por suerte…- dije riéndome.
-Me alegra que lo tomes con humor…y sí, vamos mejor.-

Hizo un ademán, vino el mozo, pidió la cuenta. Pagó y salimos.

¿Ven que las cosas no planificadas salen como el orto?


domingo, 10 de marzo de 2013

VI. Libertad, frenesí, do re mi fa sol la si II


Después de dejar mi mochila en la inmobiliaria y conseguir un kiosco para comprar mis propios cigarrillos, agarré mi mapa casero -el que amablemente Toi me había dibujado con algunos puntos particulares de Haedo y El Palomar- y me dispuse a caminar.

Ese aroma fresco de la mañana me había sorprendido desde que bajé del colectivo. No sé si a ustedes les pasa, pero mi memoria emotiva (también) es olfativa. Y esa brisa fresca me recordó a las mañanas en que, con mi nona, tomábamos mates en el patio, debajo de la parra.

A medida que caminaba, trataba de buscar la manera de contarle a Cande la aventura. Mi hermana es escritora, además de su trabajo formal (por lo tanto, imaginen que, me va a querer matar cuando sepa que estoy escribiendo así jaaa), así que tenía que encontrar la manera de rescatar todos los detalles, porque SÉ que ella me los va a preguntar.

Lo que sí no sabía -y era irremontable, pero increíblemente necesario-, era cómo contarle a mamá, una radical ultra, que mi departamento iba a quedar en “Presidente Perón”. ¿Tienen alguna idea para “pasar por alto” ese “detalle”?

En fin, fui caminando por Prats (la esquina del departamento) y crucé el puente sobre la autopista. Como si estuviera dentro de un videoclip, me detuve a la mitad del puente y respiré hondo, mirando los autos pasar.

Como si siguiera siendo un video clip, me quedé parada un momento sobre el puente, me cebé un mate y la gente me miraba como diciendo “y essssta?” (porque vieron que los porteños marcan muuucho las S). En ese momento, recordé una canción que mi hermana me había enseñado cuando era pequeñita y comencé a tararearla…

♫A la hora que la luna va muriendo…justo cuando comenzabas a soñar…arranqué de mi guitarra unos arpegios, para darte un hermoso despertar…♪

Apareció Mariano de la nada. (Recuerdan al bombón de la inmobiliaria, no?)
-Ando necesitando algo…

(Reconozco que tuve un poco de miedo de responder a esas palabras, pero me envalentoné, porque el mundo es de los valientes, y respondí)

-Qué andás necesitando?
-Alguien que me cante un poquito para dormirme! (risas) Qué voz dulce!
-Ay, me muero de la vergüenza, ¿me escuchaste cantar?
-Si Carolita -dijo, golpéandome el hombro.

Paren las rotativas. ¿Carolita? O sea, nos conocíamos hace unas horas. No da que me llames Carolita. Primero, desde que mi abuela se había muerto que nadie me decía “Carolita” y segundo, ¿cuántos años tenés?

-Vos qué hacías por acá?
-Entregué un departamento acá cerca e iba cruzando hasta la inmobiliaria. No me imaginé encontrarte acá.
-Yo estaba viviendo mi propio videoclip (risas)

Lo gracioso de la situación es que, desde que me había cruzado con Mariano temprano, sentía que lo conocía de toda una vida. Y es más, por lo general yo no suelo tener tanta confianza con los hombres así de una. ¿Sabés cómo tienen que remarla para que yo me sienta cómoda? Uff.